Que la radio hable como habla le gente
En los medios de comunicación masiva, el lenguaje sencillo resulta ser el más culto, es decir, el más adecuado para sintonizar con el gran público al que nos dirigimos. Cuando estamos ante una pantalla
o detrás de un micrófono, no hablamos para una élite o un grupo de expertos, ni siquiera para los colegas periodistas. Nuestros oyentes son la gente común y corriente, los ciudadanos de a pie, el pueblo. No excluimos a ningún sector de la sociedad civil, menos a las clases medias o a los profesionales. Pero nuestra preferencia va hacia quienes más esperan y necesitan de la radio. A los pobres de la tierra de Martí, a los vendelotodo de Dalton, a las mondongueras de Rugama, a los que rezan y eructan de espaldas a la muerte, como escribió Machado. A la mayoría. ¿Cómo saber si una palabra es sencilla? Pues muy sencillo. Aun a riesgo de esquematismos, podemos clasificar las palabras en tres tipos:
_ Lenguaje activo
Son las palabras que la gente usa en su vida diaria.
Por ejemplo, dolor de barriga.
_ Lenguaje pasivo
Son las palabras que la gente entiende pero no usa
frecuentemente.
Por ejemplo, malestar estomacal.
Lenguaje de la radio
11 Esto depende también del formato radiofónico elegido. En un radiodrama podemos
emplear un lenguaje más desenfadado. En un informativo, sin perder la sencillez, el lenguaje
será más formal. El formato condiciona al lenguaje. Pero, antes que el formato, está
el público y sus códigos.
_ Lenguaje dominante
Son las palabras que la gente ni usa ni entiende.
Por ejemplo, complicaciones gástricas.
¿Qué lenguaje usar por radio? Sin duda, el activo. El que se habla en el mercado, en la cocina, en el autobús.11 El pasivo, también. Precisamente, en la franja de palabras que se entienden, aunque no se utilicen demasiado, tenemos un horizonte pedagógico que nos permite ir ampliando el vocabulario del oyente. Conocer más palabras es poder expresar más ideas. Tan erróneo sería renunciar al lenguaje
activo en aras del pasivo (por un falso afán de culturización) como limitarnos al activo (por un exceso de popularidad). No se trata de reducir vocablos, sino de emplearlos oportunamente. Una palabra no utilizada, cuyo significado se comprende, queda incorporada fácilmente a nuestro vocabulario, igual que un visitante menos conocido se suma al grupo de amigos si estos le brindan confianza. Pero
si aparece un extraterrestre, las cosas cambian. ¿De qué vale emplear una palabra extraña, caída de las nubes, dominante, que ni se habla ni se entiende? ¿Sirve para educar? Sirve para acomplejar
y nada más.
Ya sabemos que cualquier clasificación de palabras depende de los diferentes contextos en cada país, de los niveles de instrucción, de las maneras de expresarse. Lo que en Paraguay es habitual en Honduras
puede resultar una rareza. Y al revés. Cambian los ejemplos, pero el criterio se mantiene: que la radio hable como habla su gente.
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