Investigación y Comunicación
Cuando se habla de comunicación, la primera precisión que hay que realizar es que este término no tiene su génesis en los medios de comunicación modernos y tampoco se limita a ellos, aunque la globalización y generalización de los sistemas comunicacionales y los avances tecnológicos vinculados a éstos hayan imbricado todos los aspectos inherentes a la comunicación.
Después de la segunda Guerra Mundial, un equipo multidisciplinario dirigido en los Estados Unidos por el matemático Norbert Wiener se propone repensar el desarrollo de las ciencias. Dentro de esta preocupación, la comunicación adquiere nivel científico en cuanto espacio interdisciplinario desde el que se hacen posibles las relaciones entre fenómenos naturales y artificiales entre las máquinas, los animales y los hombres.
Wiener ve en la comunicación una “nueva lengua del universo”, porque en el universo todo se relaciona a partir de un flujo permanente de intercambios y eso es lo que tienen en común los organismos y las máquinas.
Sin embargo, esta concepción, que sentó las bases para la teoría de sistemas, en los sesenta será remplazada por la teoría de la información, que transforma el modelo circular y retroactivo en uno lineal: el famoso esquema fuente-emisor-mensaje-receptor-destinatario.
Paralelamente, Theodor Adorno y Max Horkheimer definen la naturaleza social de los medios de comunicación a partir del concepto de industria cultural: “En la industria cultural (...) la dominación técnica progresiva se transforma en un engaño de masas, es decir, en un medio de oprimir la conciencia. Impide la formación de individuos autónomos, independientes, capaces de juzgar y decidir conscientemente”.
Este enfoque dominó el panorama de los estudios de comunicación hasta los ochenta, cuando comienzan a reflejar transformaciones importantes de orden teórico y metodológico que cuestionan el tradicional esquema de relación entre el emisor y el mensaje, en su versión tanto psicológica como ideológica:
La globalización, la “cuestión transnacional”, desbordó los alcances de la teoría del imperialismo obligando a pensar una trama nueva de territorios y de actores, de contradicciones y conflictos.
El desplazamiento se traduce en un nuevo modo de relación con las disciplinas sociales por apropiaciones: desde la comunicación se trabajan procesos y dimensiones que incorporan preguntas y saberes históricos, antropológicos, semióticos, estéticos, al mismo tiempo que la sociología, la antropología y la ciencia política se empiezan a hacer cargo, ya no de forma marginal, de los medios y los modos como operan las industrias culturales
Armand Mattelart, partiendo de una lúcida crítica al pensamiento lineal y al enfoque mecanicista de lo social —donde el poder se ejerce unilateralmente y en una sola dirección, que caracteriza al modelo hegemónico mensaje-receptor-, desarrolla un nuevo marco conceptual, cuyas principales coordenadas son la recuperación de la perspectiva del actor en la comunicación, el replanteamiento de las relaciones entre intelectuales y cultura mediática y las nuevas lógicas del actor transnacional.
La revaloración del sujeto también se expresa en los estudios sobre la comunicación política, donde surgen interrogantes sobre la función de la sociedad civil y la ciudadanía en la construcción cotidiana de la democracia, y sobre la actividad del receptor en su relación con los medios:
En este marco general, el estudio de la comunicación política adquirió una relevancia fundamental, ya que actualmente es imposible pensar la competencia política fuera del escenario de los medios. Si bien la política no se reduce a la comunicación, su ejercicio se ha visto modificado por ella.
Wolton afirma que los medio ocupan una posición central en la comunicación política no sólo porque aseguran la circulación de todos los discursos, sino también porque “al estar a mitad de camino de la lógica representativa de la opinión pública y de la política, defienden la presencia de una lógica del acontecimiento, indispensable para no liquidar el sistema político”.
En tal sentido, la comunicación política no es sólo un espacio de intercambio de discursos sino fundamentalmente de intereses distintos en permanente confrontación.
La tensión deriva del hecho de que cada uno de ellos pretende ser portador de la legitimidad política dentro del régimen democrático, excluyendo al otro en la interpretación de la coyuntura. Este carácter contradictorio se explica porque no guardan la misma relación con la legitimidad, la política y la comunicación. Los políticos se legitiman a partir de ser elegidos; la política es su razón de ser, con una desconfianza básica en el acontecimiento y una preferencia por las ideologías organizadoras de la realidad.
Para los comunicadores, por el contrario, la legitimidad se vincula con la información y el ejercicio de la crítica; pero la información es producida dentro de la lógica de construcción del acontecimiento, lo cual implica un activo proceso de selección, omisión y edición, con el riesgo consecuente de deformar o significar ciertos hechos en desmedro de otros.
En síntesis, los medios de comunicación masiva compiten con los políticos y el gobierno por la imposición de una agenda que no siempre coincide con la jerarquía, los tiempos y las preocupaciones de la opinión pública. Estas diferencias de escala de tiempo y de interés son negociables siempre y cuando ninguno de los actores monopolice la comunicación política.
Eliseo Verón, otro especialista en el tema, plantea que los problemas que se presentan en la comunicación política atañen directamente a las condiciones y posibilidades de la democracia en las sociedades masivas:
En las sociedades industriales de régimen democrático, la mediatización de lo político siempre es un problema de interfaz entre lo político y la información, que se expresa en la automatización creciente de la información televisiva en relación con el poder público. Esta mediatización se origina en el primer debate televisivo en 1960 entre los candidatos presidenciales estadunidenses Kennedy y Nixon.
En México, al igual que en otras realidades, se advierte una tendencia creciente a la hipermediatización de la política, que puede opacar el proceso de consolidación de la democracia. Las condiciones particulares que marcaron el desarrollo del sistema político mexicano –el régimen de partido único y la ideología nacionalista que le ha dado sustento y legitimidad por más de setenta años- ocuparon prácticamente todos los espacios institucionales y simbólicos hasta principios de los ochentas.
La oposición aún tiene graves dificultades para definir una identidad política propia y convertirse en opciones políticas sólidas en el marco de la crisis mundial de las ideologías y de los partidos como mecanismo de representación.
En este contexto, la comunicación política en México presenta características especiales: los medios asumen –a través de sus propias fuentes, de la publicidad política y de los sondeos de opinión- la función de construir las mediaciones entre el poder y la ciudadanía.
Otra consecuencia del papel exacerbado que ocupan los medios en la comunicación política es que frecuentemente manejan un discurso desvalorizado sobre la política, sus instituciones y procedimientos. Esto contribuye de forma notable a la cristalización de mitos sobre la relación entre los mexicanos y la política, y desestimula la pertenencia partidaria al presentarla como una forma anacrónica e inútil de participación política:
Otro tanto puede decirse de la función que desempeñan los medios respecto a la credibilidad. Este problema, que no es exclusivo de México, adquiere una relevancia particular por la sospecha histórica de fraude que pesa sobre los procesos electorales: “una sociedad predispuesta a la desconfianza encontrará verificadas sus certidumbres en medio s de comunicación que documenten o que cuestionen la animosidad, por ejemplo, contra las instituciones o el quehacer político”.
En síntesis, la comunicación política en México está atravesada por dos lógicas diferentes en conflicto: una vinculada al proceso de transición política, y otra relacionada con tendencias globales del comportamiento de los medios.
La primera exige abrir espacios y canales genuinos para la participación ciudadana; la segunda tiende a convertir estos espacios en meros artilugios mediáticos, donde la participación —presa de la construcción del acontecimiento— es el resultado de un proceso de edición, tipificación e incluso caricaturización de los ciudadanos y de sus demandas.
Frente a esta situación, y reconociendo que en nuestras sociedades la construcción de lo público se ha desplazado fundamentalmente a los medios, no queda otro camino que negociar la ampliación y democratización de estos espacios, presionando desde distintos ámbitos de la sociedad civil para poder incidir en la definición de los tiempos, las formas y los contenidos de los canales de participación.
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