Los sondeos de opinión

Los efectos de carácter político causados por los sondeos de opinión, en este contexto en el que da la sensación de que toda la lucha política pasa por su correspondiente interpretación en las encuestas, son considerables:

1) Reducción de opciones políticas: Los sondeos de opinión determinan la existencia de unas opciones “ganadoras”, o “mayoritarias”, en torno a las cuales se acabará reuniendo la mayor parte de los votantes. Los partidos minoritarios, a no ser que puedan cumplir un papel importante en cuanto “partido bisagra”, son ignorados sistemáticamente por los sondeos, y aparecen a los ojos del votante como una molestia que puede impedir que gane, de aquellos dos partidos que se vislumbran como mayoritarios, aquél respecto al cual el votante sienta mayores simpatías, aunque no fuera su primera opción ideológica. La proliferación de los sondeos de opinión supone normalmente una llamada al “voto útil
2) De la misma manera que se reducen los partidos políticos con opciones “viables”, la política, y particularmente la campaña electoral, queda reducida a una “guerra por las cifras”. Los temas de campaña desaparecen ante la preocupación mayoritaria de políticos, medios de comunicación y público por conocer “el estado de la cuestión” demoscópica, o cómo los actos electorales, la imagen del político, o las iniciativas adoptadas por cada partido, tienen su correlato en un aumento (o descenso) de los votos. Se identifica sondeocracia con democracia. Los sondeos son una especie de pseudoreferendum continuo; así son leídos por los políticos, los cuales, como ya hemos visto, tienden a actuar en consecuencia con lo que marquen los sondeos. Por último, la identificación acrítica entre encuestas y votaciones puede estar sujeta a manipulaciones de todo tipo.
3) Por otro lado, es preciso resaltar también aquí la aparición de efectos directos de los sondeos, que son creados por los sondeos publicados en los medios de comunicación, pero que tienen su incidencia principal en los resultados de unas elecciones y, por tanto, en la lucha política. Hablamos de los efectos Bandwagon y Underdog, ya anteriormente reseñados. 
4) La política como “carrera de caballos”. La lucha política se aleja de la comparación de los programas electorales y el debate de propuestas y se convierte en una competición de carácter casi deportivo en la que lo único que parece importar es quién llega antes, o mejor dicho, quién consigue el triunfo. Dado que la victoria electoral queda determinada en función de los porcentajes de voto, no puede extrañar que los sondeos alienten un proceso de hiperliderazgo en el que los partidos quedan subsumidos en la figura de sus cabezas visibles, o líderes políticos. Aunque pueda ser cierto que la aparición de los sondeos de opinión se dirige contra el fenómeno del liderazgo político, dado que restringe las posibilidades de actuación independiente de los gobernantes, “vigilados” por los sondeos, es indudable que la proliferación de las encuestas acaba generando una identificación de los líderes como elemento fundamental de la política; en suma, contribuye a la personalización de la política, y por tanto al liderazgo carismático, por más que teóricamente los sondeos reduzcan la autonomía de los políticos en la toma de decisiones.
5) El pesimismo antidemocrático: Las encuestas tienen un efecto negativo en la vida política democrática por cuanto tienen a ofrecer, no en sí mismas pero sí en la interpretación que de ellas se hace, una visión determinista del voto. Los aciertos de las encuestas pueden hacer pensar al público que estamos en un modelo en el que es complicado que las cosas cambien, y que, en la práctica, nuestro voto no servirá de mucho ante la constatación de que los resultados de las elecciones ya se habían previsto por parte de los estudios demoscópicos. Todo ello puede generar un sentimiento de pesimismo frente a la validez del sistema democrático, una creencia de que “ya está todo dicho” y es inútil luchar contra las grandes cifras. Se da la sensación de que el público tiende a votar siempre lo mismo, o en la misma línea, independientemente de lo que pueda ocurrir en la campaña electoral o de los temas debatidos durante la misma. 
6) En relación con lo anterior, la situación de las encuestas como centro de la lucha política reduce considerablemente el debate público. En un contexto en el que la preocupación primigenia es la victoria, y en el que los políticos actúan en función de unas pautas, muchas veces caprichosas y cambiantes, marcadas por las encuestas en cuanto “voz de la opinión pública”, la política se convierte en una “carrera de caballos”, y el interés de los individuos por el discurrir de la campaña disminuye considerablemente. 
7) La aparición de una cierta dependencia de las encuestas por parte de los políticos y periodistas. Unos y otros precisan del soporte de las encuestas para legitimar sus políticas o sus críticas al poder, pero esta dependencia llega hasta tal punto que podría considerarse con cierta malignidad, como hace Patrick Champagne (1996), que los políticos son auténticos “sondeoadictos”. En cualquier caso, es cierto que el marketing político ha impuesto cada vez en mayor medida una acción política estrechamente ligada en todos los órdenes a la opinión expresada en los sondeos.
8) Ya hemos visto que los políticos utilizan los sondeos para sus fines y tienen en éstos un poderoso instrumento de legitimación. Pero, ¿qué ocurre cuando las encuestas no les son favorables? Ya pudimos comprobar en el apartado correspondiente a la relación entre encuestas de opinión y medios de comunicación que estos últimos podían servirse de los sondeos para criticar a la clase política. Asumiendo una cierta autonomía de los sondeos respecto del campo político, o constantando, en todo caso, que como es obvio las encuestas nunca pueden resultar favorables para todos los políticos imbricados en el debate público, los sondeos se convierten en un arma de doble filo, que puede ser utilizada por los medios para criticarlos, o pueden obrar como un factor deslegitimador de ciertas opciones políticas minoritarias, ante la amargura de los políticos, que ven minimizada aún más su importancia relativa en un proceso de espiral del silencio.
9) Por último, y quizás como consecuencia más importante, los sondeos políticos fomentan la aparición de políticos populistas. En la disyunción que Champagne establece entre populismo y elitismo, los sondeos de opinión son rechazados por los políticos elitistas, que tienden a considerarlos como una manifestación de la pobredumbre de ideas del vulgo (expresándolo con crudeza), en tanto en cuanto los políticos populistas se apoyan en las encuestas para convalidar sus decisiones. La dinámica de gobernar “a golpe de sondeo”, tan común en nuestras modernas democracias, puede acabar convirtiéndose en un proceso perverso en el que el líder político, deseoso de eliminar los controles de los grupos intermedios, se asocia de forma falseada al “pueblo” que le expresa su apoyo mediante las encuestas, otorgándole un poder mucho mayor del deseable.

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